
Empapada de sentido y sensibilidad, la obra de Fernando Álamo escenifica contundentemente la vigencia de la pintura en el siglo XXI, su capacidad para sintonizar la individualidad con los signos de su tiempo. Acoge con la voluptuosidad de un alud de seda tanto el hedonismo de nuestra civilización como la angustia del hombre actual. El placer sensorial que regala la vida al que sabe y puede disfrutarla y el drama existencial que su finitud ensarta. Su arte es la herida hecha luz de Braque.
Las flores de Fernando Álamo brotaron en El jardín en el agua hace veinte años y, desde entonces, son la imagen principal de su poética. La entrada con un neoexpresionismo elegante, a un mundo original, agitado e intenso que chorrea sensualidad cruda y erotismo, que aúna el percibir y el pensar, lo conceptual y lo emotivo. Visitarlo es una conmoción estética, inteligencia para los ojos y deleite mental. A algunos les basta con asomarse a la superficie y gozar del inmediato placer sensorial que dispensa; pero como buen nadador de amplio registro, Fernando Álamo deja la posibilidad de sumergirse en una poética que valora el instinto, la pasión, el humor y la espontaneidad. Abundante en citas faculta lecturas simbólicas, historicistas y estéticas, pero su obra más que una hermenéutica reclama una erótica de la mirada.
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