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Damián Flores: Madrid ramoniano

Os esperamos el jueves 16 de junio de 2016 a partir de las 19 h.



Cine Velussia, 2016. Óleo sobre lienzo. 50 cm.

Desde sus comienzos artísticos madrileños en los ya lejanos días de Caballo de Troya y Seiquer, la obra de Damián Flores, incluida en la figuración más moderna, refleja un itinerario cuya cartografía se realiza a la luz de la literatura y de la arquitectura, de las letras y de las formas. Es una poética que se ha desplegado desde hace décadas mediante un ejercicio de memoria, de investigación y de construcción de un universo histórico y literario. Un mundo que tiene como escenario esencial a las ciudades, La Habana caribeña y vanguardista; a la Galicia mágica y moderna, de Cunqueiro y de Álvaro Siza a la que también lleva a De Chirico; a la pessoiana Lisboa, a la académica Italia, donde se acerca a los metafísicos bien vía Roma o Florencia; al morandiano Nueva York y, sobre todo, a Madrid, al Madrid “plateado” y racionalista del Arte Nuevo que habría de desaparecer en 1936 a golpe de “quince y medio”, y al Madrid de Catalá Roca de los cincuenta y sesenta, una ciudad de la que se ha convertido en interprete y a la que convierte en referente de su pintura.


Conversación, 2016. Óleo sobre lienzo. 28 x 24 cm


Es habitual insistir en que en el universo artístico de Damián Flores, junto a una labor de documentación preparatoria, se percibe una rotunda presencia de la literatura, de lecturas sucesivas que le permite reconstruir entornos narrativos y realidades de un amplio grupo de escritores admirados --algunos un tanto secretos con los que realiza una labor de rescatador de raros, retratos incluidos--, llevando a cabo un ejercicio creativo que también tiene mucho de literario.


La espera, 2016. Óleo sobre lienzo. 30 cm.



Negresco, 2016. Óleo sobre lienzo. 33 x 46 cm.


No es de extrañar que recientemente, con ocasión del ciclo de conferencias “Ramón en sus ciudades”, celebrado en el madrileño Museo de Arte Contemporáneo Conde Duque (MACCD) a instancias de su director Eduardo Alaminos y de quien firma estas líneas, Damián Flores haya sellado de forma definitiva la especial y brillante relación de su pintura con la literatura, con su literatura con la exposición dedicada a las ciudades ramonianas que culminaba las charlas. Ahora, desmintiendo el odioso tópico, pardo y vulgar, de la supuesta maldad de las segundas partes --bastaría con recordar la segunda del Quijote--, el artista vuelve a aproximarse con brillantez a Ramón Gómez de la Serna, siempre Ramón, y lo hace en la Galería Estampa, su galería de siempre, con una mirada exclusivamente madrileña, mostrando la vinculación del escritor con la urbe más pintada por el artista. Es una nueva conjunción, un nuevo intercambio de miradas, una nueva relación que, si nos permite Ioana Zlotescu, la voz ramoniana más autorizada, nos llevaría a hablar de “Ramón Flores” y sobre todo de “Damián Gómez de la Serna”, pues con esta exposición el artista ha pintado su personal Automoribundia, el resultado de su recorrido por la literatura madrileña del escritor.



Arco Cuchilleros, 2016. Óleo sobre lienzo. 60 x 38 cm.


Estación, 2016. Óleo sobre lienzo. 33 x 43 cm.

Sin duda, en esta exposición “Madrid ramoniano” que se inaugura en la Galería Estampa, como sucedió con la del MACCD, Damián Flores se ha acercado al autor madrileño en estado de gracia y seguro de su trabajo tras haberse apoyado en su literatura. Así lo muestran obras tan singulares como la titulada “El fantasma de Ramón”, en la que aparece el velador del Café de Pombo donde el escritor trabajaba a veces pero en este caso vacío, solo con una botella y unas cuartillas, señalando de esta manera su ausencia tras el exilio argentino así como la desaparición del propio Café de la calle Carretas, en el que siempre estuvo presente su espíritu.


Lecorbusierismo, 2016. Óleo sobre madera. 32 cm



Puerta de Toledo, 2016. Óleo sobre lienzo. 46 x 38 cm.

Un ejemplo de la conexión especial de Damián Flores con el mundo ramoniano y de la variedad de técnicas que presenta en esta exposición aparece en la sencillez de una técnica mixta, tinta sobre papel, de trazo firme, en la que la pipa, el flequillo y una “R” que sustituye al ojo, representan al escritor de manera exacta. Como también es acertado el retrato, ingenioso y habría que decir que ramoniano, en el que unas enormes tijeras le enmarcan a modo de gafas, en una imagen que es un verdadero hallazgo. Aun más interesantes son los dos magníficos retratos gemelos y de cuerpo entero --“Ramón de medio ser” y “Ramón de negro”-- que remiten al Ramón más pletórico, el de los años veinte, cuando dictaba conferencias a lomos de un elefante o en un trapecio, el mismo que aparece recogido en un estarcido plenamente ramoniano titulado “Ramonismo”.Unos retratos que se complementan con el del nostálgico y crepuscular Ramón ya anciano que mira a Madrid desde el exilio de la calle Hipólito Yrigoyen de Buenos Aires, acertadamente incluido pues nos habla de un Madrid lejano y añorado, tan real para el escritor como el vivido como demuestra su ultima novela Piso bajo.


El torreón, 2016. Óleo sobre madera. 50 cm


La Fábrica, 2016. Óleo sobre lienzo. 30 x 43 cm.


Es el despacho de Ramón un espacio esencial en su vida, un microcosmos personal al que Juan Manuel Bonet y Eduardo Alaminos han dedicado textos ya imprescindibles, y cuyo emplazamiento más destacado fue el Torreón de Velázquez esquina Villanueva, donde hoy campea el hotel Wellington. Ese torreón, hoy tan desparecido como el despacho que albergaba, lo ha rescatado Damián Flores en una labor tan literaria como de investigación, pintándolo en una noche madrileña en la que solo luce, iluminada, la ventana del despacho en el que, insomne y grafómano, trabaja el
escritor en el mundo que formaba su wunderkammer presidido por su famosa muñeca que acabó en el Rastro.



El fantasma de Ramón, 2016. Óleo sobre lienzo. 41 x 33 cm.


El Rastro, 2016. Óleo sobre lienzo. 30 x 30 cm.



La entrada, 2016. Óleo sobre lienzo. 30 x 33 cm.

Pero lo más importante de esta muestra son las piezas dedicadas al Madrid de Ramón, como la de ese “Viaducto” de gran formato, alarde de oficio, en el que parece recoger la atmósfera equívoca que siempre tuvo el puente sobre la calle de Segovia, desde el antiguo de hierro cantado por el entonces ultraísta César González Ruano, al actual de aire bauhausiano, construido por Francisco Javier Ferrero Llusiá en la década de los treinta, cerca del cual vivía Rafael Cansinos Assens, uno de los grandes antirramonianos junto con Pio Baroja. Gran obra, si, en la que late cierto misterio, como también es magnifica en formato más modesto, la estación de metro – es la de Antón Martín, construida por Antonio Palacios- en la que un solitario paseante, quizás el propio escritor, acude a tomar el último convoy.


Plaza de Canalejas, 2016. Óleo sobre lienzo. 33 x 46 cm.


Viaducto, 2016. Óleo sobre lienzo. 114 x 162 cm.


Hay que destacar en este Madrid de la Edad de Plata por el que discurre parte de la vida de Ramón que ha pintado Damián Flores, unas cuantas preferencias. Primero, por original y clásico a la vez, esas fabricas del suburbio madrileño próximas a una estación ante cuyas tapias de ladrillo patinado, que remiten a un entorno existente hasta hace poco, quizás paseaban los dos agitadores culturales de los veinte, Ramón y Ernesto Giménez Caballero, cuya casa de la calle Canarias estaba entre los raíles de Atocha y Delicias. Gran cuadro, al igual que la tabla que recoge a ese automóvil que deja atrás la plaza de Canalejas, recordando que el Madrid de Ramón era también la ciudad de la modernidad, la misma a la que remiten el Mercado de Olavide, también de Ferrero Llusiá, cuya desaparición arbitraria aun indigna a quienes lo recordamos. Destacar también el granviario “Cine Velussia”, apogeo decó luego convertido en el Cine Azul de nuestra infancia, con una rotulación maravillosa, y, casi solo como una alusión, esa fachada del Café Negresco, el café de la modernidad de la calle de Alcalá del que Antonio Bonet, quien llegó a conocerlo, ha hecho una semblanza en su indispensable y maravilloso libro dedicado estos establecimientos. Por ultimo, destacaríamos una obra original dedicada a un asunto poco común entre los artistas españoles como es el metro, el transporte que aparece y se desarrolla en Madrid durante los años veinte, dándole el aire de urbe moderna que recogió un epígono ramoniano, Alfonso Jiménez Aquino, en su plaquette de greguerías titulada Metro. Damián Flores pinta ese mundo subterráneo, que tanto protagonismo iba a tener desde 1936.


Red de San Luis, 2016. Óleo sobre madera. 40 cm


Destacamos también en esta exposición de la Galería Estampa la obra titulada el “Rastro”, una pieza de la mejor tradición de la escuela española que recoge un tramo de resonancias nevilleianas de la Ribera de Curtidores que aparece en “Domingo de Carnaval” en el que mostraba su gracia Conchita Montes, y por el que paseaba el escritor en busca de bibelots para su despacho. Se trata de una obra delicada que evita el tópico de la postal y de lo solanesco, como sucede igualmente con ese “Arco de Cuchilleros”, que demuestra con su composición y ejecución que no hay escenarios manidos sino miradas vulgares. Son lugares del centro madrileño cercanos entre sí y próximos a al Café de Pombo, como el que recoge en “La conversación”, una obra intimista en el marco del Madrid más histórico, o el muy destacable óleo “Puerta de Toledo”, magnifica perspectiva de la plaza madrileña que lleva al barojiano Manzanares, realizada desde la figuración moderna, habitual de la pintura de Damián Flores.


Las tijeras de Ramón, 2016. Tinta sobre papel. 49 x 42 cm.

Con esta exposición, feliz complemento madrileño de la dedicada a Ramón y las ciudades, tan exigente para el artista como muy novedosa en el contexto artístico, Damián Flores confirma su vocación ramoniana así como la vinculación esencial de su pintura con la literatura, con lo que Juan Manuel Bonet ha llamado la “doble militancia”. Ahora no se trata de un artista que escribe, que bien pudiera hacerlo, ni de un escritor que pinta, sino de la fusión de dos manifestaciones en términos de complementariedad. Estamos ante un artista que sabe que lo es por encima de otras inclinaciones, pero que cree en la comunicación entre las actividades artísticas y la escritura y que desde hace unos años ha encontrado en lo literario y en lo arquitectónico una vía de expresión para una obra que contiene un relato. Este contenido narrativo, que no debe confundirse con la mera ilustración, estas referencias a universos diferentes por medio de la pintura, unido a la capacidad técnica de un artista en plena madurez, cuyo mundo cultural es tan notable como alejado de toda impostación, es lo que permite abordar proyectos complejos con resultados tan sólidos como novedosos. Es lo que sucede con Damián Flores y su trabajo dedicado al Madrid de Ramón.

Fernando Castillo
Junio 2016