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Fernando X. González: Azul

Os esperamos el martes 19 de marzo de 2019 a partir de las 19 h.
(Del 19 de marzo al 18 de abril de 2019)


Casa , 2018, óleo/lienzo, 38 x 46 cm.

LAS PINTURAS DE FERNANDO X. GONZÁLEZ SON LAS IDEAS

“Me parece, Sócrates, que la virtud consiste –como dice el poeta-, en complacerse con las cosas bellas y poder adquirirlas. Llamo virtud a la disposición de un hombre que desea las cosas bellas y puede procurarse su goce”.
Platón en el Menón

El primor figurativo de Fernando X. González nos hace saber que, antes de conocer, hemos de conjeturar con nuestra imaginación. En una primera mirada, -tentativa, incierta- las obras de esta exposición nos parecen los restos de un pecio, maderas de un navío limadas por el mar, enjaretadas por las aguas de un océano que -furioso- ha velado una antigua pintura, ha inscrito la pátina de sus espumas sobre lo que el pincel humano delimitó y, retirando partes de pintura totalmente acabada, ha seguido la obra del artista más allá de lo que su mano describió. Vemos como si un proceloso continente de tiempo y corrientes marinas hubiera añadido óleo primigenio, pintura en sí misma –barnices limados, pérdidas de costras pictóricas, celajes pasmados, arrepentimientos en el trazo, erosiones hasta la imprimación- sobre la impronta del artista. Creemos ver como si la naturaleza hubiera pintado cuando el pincel humano dejó su trazo por finiquitado. Cuando el artífice que reconocemos como igual no pudo o no quiso seguir ordenando formas y colores sobre la superficie de su lienzo, Neptuno o Cronos se apoderaron de su paleta y siguieron la tarea, más allá del común de nuestras fuerzas y entendimiento. El resultado es de una belleza en los tonos, en las heridas de la materia pictórica, que se sobrepone sobre los signos figurativos que se parecen a lo que en el mundo vimos. El delicado contorno de una adolescente o el trazado armonioso de la mampostería del mayorazgo bien cimentado se nos hacen leves arabescos dentro de una imagen más compleja, con armonías de color y pinceladas asaeteadas -¡poseen tanta hermosura en sí mismas!- que convierten el retrato de la primera amada o el testimonio ocular de la casa del padre en un mero accidente sobre una pleamar cromática que desborda nuestro afán de encontrar parecidos en los signos trazados sobre el lienzo. De esta dulce derrota de la percepción sensible obtenemos el triunfo del goce abstracto de armonías inefables, de colores rimados en escalas muy ajustadas, muy cerca del medio tono, que ofrecen -en la modestia de su disparidad- un universo cromático que nos acaricia los ojos sin la estridencia de las gamas netas, donde se enseñorean pigmentos con nombre y apellidos: no hallamos rojos de cadmio ni negros de oxido de hierro, no saludamos a azules de ultramar ni a índigos o bermellones. Nos topamos con la gracia compleja de los colores sin nombre, que por contraste simultáneo nos proponen la leve diferencia del pardo ahumado al lado del jaspe ambarino, la gustosa distancia entre el gris azulado y el marengo aterciopelado.



Casa , 2018, óleo/madera, 35 x 42,5 cm.


Muro y casa , 2018, óleo/lienzo, 35 x 27 cm.


Pero nuestros ojos no pueden dejar de abrirse ante la fruición con que les espolea tan grácil pintura. Y entonces descubren que es una mano hermana la que ha trazado todo ese ingenio para elevar nuestro conocimiento sensible más allá de las primeras opiniones. En este segundo trabajo para nuestras pupilas captamos que, del pulso de tan experimentado artífice, el mirar da un paso más allá del ver: para describir el arco que corona las cejas de Beatriz, la copa del pecho de Eva, el rubor sobre los pómulos de Susana, el juego de curvas en las comisuras de Edith, para aprehender los matices de la realidad no podemos centrarnos en la convención que nos aporta nuestra cultura. Para descubrir la anatomía real de la amada de Dante, de la esposa de Adán, de la doncella asediada por los viejos, de la mujer de Lot debemos olvidar sus nombres y los tópicos convencionales de las misses: Fernando X. González nos asegura que para apreciar la belleza real hemos de mirar sin filtros sociales. Esta es la hermosura que recompensa nuestra insistente mirada sobre su obra: la visión directa de lo sensible exige desnudar la vista de clichés. La denominación de los pigmentos desaparece por segunda vez, no la elimina la mano descomunal de una naturaleza que rescribe la pintura de un primoroso demiurgo, sino un filósofo de las formas sensibles que, para enseñarnos a expandir el sentido ocular, borra con su pincel todo lugar común preestablecido sobre los patrones culturales del mirar. Nuestras retinas -desnudadas de lo obvio- se abren al espectáculo de la hermosura cotidiana: descubrimos así el tono inasible en la cortina del zaguán, la elipse perfecta en los labios que comenzábamos a ignorar presos del hastío del beso por costumbre.
Nuestra tercera ojeada parte de la voz que Platón atribuye a Sócrates, con estas palabras, también en el diálogo de Menón:
“Si la verdad de las cosas está siempre en nuestra alma, nuestra alma es inmortal. Por esta razón es preciso –con confianza- indagar y traer a la memoria lo que no sabes por el momento, es decir, aquello que no recuerdas”.



Arquitectura , 2018, óleo/madera, 20 x 40 cm.


Casa - árboles , 2018, óleo/madera, 30,5 x 40 cm.


Tienda , 2016, óleo/lienzo, 35 x 27 cm.


La dialéctica ascendente del sabio ateniense (desde el conocimiento sensible que proporciona incompleta opinión nos elevamos al nous inteligible que nos abre las puertas del verdadero saber, tocamos la verdad) encuentra acertado razonamiento en la obra de nuestro pintor. La guía que nos otorga pie seguro en esta escalada al monte del logos intuitivo es la mirada interior. Creíamos que la pintura de Fernando era tan hermosa por atenta al natural, por su pericia captando motivo (figura) y entorno (fondo, paisaje). Sin embargo, -a medida que nos deleitamos en sus gamas complejas y en sus impresiones plenas- nos damos cuenta de que solo cerrando los ojos se puede pintar con tanta exactitud y con tan precisa gracia. Nuestro artista ha trazado un camino para nuestros sentidos que parte de lo sensible y asciende hasta las profundidades del alma. Es la idea de belleza femenina la que comunican estas joyas de color, es la esencia de hogar la que reflejan estos lienzos con la casa de nuestros recuerdos en la que se destila la infancia primera. El río inmóvil de Heráclito comulga con el rumor del agua imparable del que se hace eco Parménides. El pintor pinta, al unísono, el afluente inmutable del presocrático eleático y la corriente sonora en su fluir eterno del jónico milesio, porque nuestro artista capta la idea del río, el agua esencial. En este último vistazo descubrimos que la sensación contradictoria que percibimos al principio de nuestra visita, -esa nostalgia placentera que nos dejo en suspenso-, se ha ordenado gracias a la introspección sensitiva a la que amorosamente nos ha forzado esta muestra de cuadros excelsos: ahora sí, desde el alma, afirmamos que esa falsa saudade es verdadero disfrute en nuestro anhelo de las ideas. El placer ante las adolescentes aquí retratadas no procede de una sensualidad mundana, sino de nuestra aproximación al eterno femenino; el goce ante los paisajes del hogar púber procede de la cercanía a la tabula rasa de nuestros primeros años de vida.
A la luz de la pintura de Fernando X. González podemos interpretar a nuestro favor el mito platónico de la caverna: supongamos que dentro de la gruta en la que desfilan pobres sombras de artefactos ideales de un exterior sublime nos acompañara un excelente pintor. Imaginemos que ese artista mirase detenidamente esos desleídos espectros de las ideas áureas, supongamos que ese artífice pintara esas siluetas desenfocadas para nosotros, prisioneros en la cueva de la realidad, y que lo hiciera con tal pericia que sus pinceles se remontaran sobre la pobreza de esas sombras y que sus estampas fueran tan bellas que a partir de los espectros que le sirven de modelo nos diera justa imagen de los objetos que las proyectan. Entonces nuestro pintor estaría mostrándonos en sus lienzos la autentica forma de los seres superiores, espirituales. Ese creador es Fernando X. González y sus pinturas son las ideas.
Luis Mayo


Río y casa , 2019, óleo/madera, 35 x 53 cm.


Diez de la mañana , 2019, óleo/madera, 29,5 x 29 cm.


Niña - campo , 2018, óleo/madera, 35 x 19 cm.



Rosa y verde , 2017, óleo/madera, 35 x 27 cm.


Niña en blanco , 2018, óleo/madera, 32 x 25 cm.


Niña sentada, 2018, óleo/madera, 40x 30 cm.


Carta , 2019, óleo/madera, 36 x 36,5 cm.



Cabeza mujer sobre verde , 2018, óleo/madera, 39 x 21,5 cm.



Mujer - Celeste, 2019, óleo/madera, 47 x 28,5 cm.



Estudio , 2018, óleo/madera, 31 x 30 cm.



Anaranjado y verde , 2018, óleo/madera, 55 x 33 cm.



Playa , 2018, óleo/madera, 42 x 30,5 cm.



Noche , 2018, óleo/madera, 39 x 22,5 cm.



Espalda , 2017, óleo/madera, 33 x 31 cm.



Gris , 2017, óleo/madera, 35 x 31 cm.



Marisol T. , 2014, óleo/madera, 43 x 34 cm.



Casas , 2019, óleo/lienzo, 24 x 35 cm.


Paisaje , 2019, óleo/lienzo, 30 x 30 cm.



Agua , 2017, óleo/lienzo, 30 x 30 cm.



Estatua , 2017, óleo/lienzo, 40 x 50 cm.



Rio , 2016, óleo/lienzo, 60 x 60 cm.



Espalda , 2016, óleo/madera, 42 x 30 cm.



Vestido blanco , 2018, óleo/madera, 30 x 19 cm.